martes, 6 de julio de 2010

NARADOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOONA



No tengo miedo de que se me caiga la corona", dijo Diego Maradona cuando asumió como director técnico de la Selección Argentina, en el lejano noviembre de 2008. No tuvo miedo nunca Maradona, porque abusó de confianza. Se expuso Diego, sin sentido. Por ser el mejor jugador de la historia del fútbol. Se expuso, arriesgó. Y cuando se toman decisiones de tamaña envergadura después hay consecuencias acordes. Hay que asumir las consecuencias para que no se caiga la corona. Como lo hizo Diego en ese partido homenaje e inmortalizó la frase "yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha".

Diego dirigió a la Selección en el Mundial de Sudáfrica y el equipo se fue eliminado mucho antes de lo que esperaban Maradona y los jugadores. Se podía ganar o perder, pero fueron las formas en que se perdió las que ponen en evidencia a Maradona, que se expuso, Diego, sin que nadie lo obligara. Sin identidad desde el juego y con una derrota por 4-0 ante Alemania. Contundente.

Quedó expuesto entonces Maradona. Quedó expuesta su incapacidad para dirigir técnicamente al equipo. Ese que era un "Rolls Royce con tierra" y que sólo necesitaba una lavada. No hubo más argumentos que apostar por la motivación y por Lionel Messi para acceder a las semifinales del Mundial, algo que no se consigue desde hace 20 años y que deberá esperar en un cajón por cuatro más.

Se había encendido una ilusión lógica tras la primera fase, aunque el equipo nunca fue brillante. Una ilusión basada en resultados positivos (ya se hicieron los análisis pertinentes), en contar con el mejor jugador del mundo del momento y en la figura todopoderosa de Maradona. Pero sin argumentos futbolísticos y sin un mensaje claro, sin una idea que defender que bajara desde Maradona, más allá del beso antes de salir del túnel, el abrazo en el final y los carteles en las habitaciones de los jugadores. Una ilusión lógica, pero sin sostén. Y a besar la estampita de San Diego. Fe ciega.

Maradona y la Selección ya no están en Sudáfrica. Arribaron ayer a Buenos Aires y fueron recibidos por miles de "fieles" de gorro, bandera y vincha. Y de bombo también. Pero también hubo muchos otros miles, que no se acercaron a Ezeiza y que siguen llorando la derrota y la eliminación. Maradona divide. No es unánime la aceptación de su figura como divina. Como pasa con cualquier Dios y con cualquier religión, hay algunos que creen, otros que no y otros que creen en otra cosa.

Siga o no siga en el cargo (aunque ya deslizó que su "ciclo terminó"), Maradona deberá convencer a esos. A los que no creen o a los que dejaron de creer. Para que no se le caiga la corona. Para mantener vivo el mito. Dijo Diego en 2004 sobre su internación en una clínica psiquiátrica: "En la clínica hay uno que se cree Napoleón, otro San Martín, y a mí no me creen que soy Maradona". Ya en Buenos Aires, Diego tiene una misión inmediata. Maradona debe convencer a los que no le creen que es Maradona.





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