viernes, 9 de julio de 2010
LO QUE TOCO LA MANO DE DIOS
Ni el mejor jugador del mundo ha podido combatir el caos que organizó Diego Armando Maradona en torno a Argentina. Ni el mejor, Leo Messi, salió indemne de ese desbarajuste que autodestruyó a la selección albiceleste, devorada por una majestuosa Alemania.
¿Y la Pulga? Se va en blanco del Mundial con la sensación de fracaso infinito. Como hace cuatro años, Alemania terminó con Messi. Entonces, estaba entre los suplentes; esta vez completó los 90 minutos, un montón de disparos y ningún gol. Cuando llegó Guardiola al Barcelona lo acercó al área, cuando se encontró con Maradona lo alejó. Jamás estuvo donde debía estar, enredado en ese caos que frustró su gran deseo: ganar un Mundial con 23 años.
A cada gol alemán, y fueron cayendo, uno a uno, hasta cuatro, Maradona parecía mucho más viejo. De repente, ese bocón excéntrico que tiene siempre una ofensa a mano, pero que nunca se responsabiliza de nada, se transformó en un rostro apocado, con el miedo dibujado en cada pliegue de su castigada piel. A Messi le sucedió algo similar porque, una vez arrebatada la alegría de su fútbol, se transformó en un jugador más. Ambicioso - lo intentó hasta el último instante, pese al 0-4 -, pero perdido. Perdido porque se va de África sin festejar ni un solo tanto. Ni uno solo. Lleno de dolor porque comprobó que no hay vida más allá del Camp Nou, y menos si lo dirige un payaso revanchista.
O, en realidad, sí que hay vida, pero llena de dolor. De caos. De desorden. De jugar más cerca de Burdisso y de Demichelis que de Higuaín y Tévez. De ejercer de lateral, interior, pivote y delantero. De todo y de nada. De saber que es el mejor y de saber, al mismo tiempo, que no tiene nadie que lo apoye en serio. Por no tener, Argentina no tiene ni defensa. Otamendi, o el ridículo hecho lateral derecho, será para Maradona lo mismo que Felipe Melo significó para Dunga. El fiel retrato del desastre.
Alemania, el primer rival serio que tuvo Argentina, le metió cuatro. Pero pudieron ser media docena. Cuando acabó el partido, Messi tenía la mirada perdida. Estaba aturdido. Incapaz de asimilar lo que había sufrido. Un equipo le había pasado por encima y lo mandó a casa en 90 minutos de inacabable tortura. Aunque lo que le dolía realmente era no haber sido Messi. Ahogado en la impotencia, salpicado de lágrimas, escondido en la intimidad de un vestuario roto, ocultando el drama que ha vivido.
Vino a Sudáfrica para culminar un excepcional año (Campeón de España, Goleador y Bota de Oro) y se marcha con las manos vacías. Sin un maldito gol que celebrar, enjaulado por Maradona al igual que sus otras "22 fieras". Un técnico que ni siquiera se anima a expresar una simple autocrítica.
El fútbol no deja de ser un espejo de la sociedad, por eso nos gusta tanto.
¡Qué grande sería la selección Argentina - y la Argentina en general - si pudiera unir el talento de sus jugadores, sus riquezas naturales y humanas con una buena dosis de humildad y esfuerzo de su director técnico y de sus líderes en general. Pero como todos saben: Dios es Argentino, así que para qué esforzarse.
Hace poco leí un titular que decía "¡Volvió D10S y trajo al MESSIAS!"
¿Se dan cuenta?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario